viernes, 29 de julio de 2011

Hombres que andaban sin parar

“Viajábamos en grupo o individualmente, y en todas direcciones. Hubo quien nunca volvía y quien regresaba dos veces.”


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Hombres que andaban sin parar. Míster Sediento. Lérida. Sícoris Ediciones. 2006.

jueves, 21 de julio de 2011

Hechos notables

Mi abuelo materno anotaba la fecha del primer día de uso en el sobre que envolvía individualmente las hojas de afeitar (IBERIA).

Oí contar a mi padre varias veces que un tío suyo se echaba alcohol en los ojos todas las mañanas para fortalecerlos.

A mediados de los sesenta me perdí durante una prospección ornitológica por el Delta del Ebro dada la inexistencia de indicadores y la similitud de los caminos. Entré en un par de poblachos sin nombre con la esperanza de que pudieran orientarme pero no lo conseguí; sus habitantes (mujeres y viejos, a aquella hora del día) corrieron despavoridos a encerrarse en sus barracas al ver aparecer nuestro coche.

En Monegros, en 1982, un pastor al que le mostramos las ilustraciones de un manual de ornitología de campo para ver si identificaba algunas aves rapaces diurnas que sospechábamos podían nidificar en la zona respondió, rápido, sin inmutarse, que pájaros tan pequeños no los había por allí.

Y, en Valdepeñas de Jaén, en 1986, tras irrumpir en la plaza dos coches de ornitólogos alemanes y bajarse de los mismos cinco de ellos hablando en su lengua, se pudo oír a un crío del pueblo, cuando me dirigí en español a uno de los alemanes bilingües, proferir un grito tranquilizador: ¡son humanos!

domingo, 17 de julio de 2011

Confusión




Creía que era Castilla del Pino
a quien fotografiaba en este
grupo de amigos.




jueves, 14 de julio de 2011

Diálogos 1

Diálogo entre Alfred Hitchcock y François Truffaut acerca del filme Sospecha.

A.H. ¿Le gusta la escena del vaso de leche?
F.T. Cuando Cary Grant sube la escalera, está muy bien.
A.H. Hice que pusieran una luz en el vaso de leche.
F.T. ¿Un proyector dirigido hacia la leche?
A.H. No, dentro de la leche, dentro del vaso. Porque era necesario que fuera sumamente luminoso. Cary Grant sube la escalera y era preciso que no se mirara más que a ese vaso.
F.T. Estaba muy bien, realmente.

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François Truffaut, El cine según Hitchcock, traducción Ramón G. Redondo, Cine y Comunicación. Alianza Editorial, Madrid, 2001, págs. 134-135.

sábado, 9 de julio de 2011

LA DAMA QUE VIVE

La dama que vive frente a mi burdel
es alta, trigueña, de buen caractel.
Tras entrar silente por el tragaluz
intento besarla junto a la testuz.
Iracunda pugna por librarse de
mis brazos morenos que a ella aferré.
Rodando desnudos por sirio tapiz
contrato a la coima mercar su desliz.
El befo solemne que adorna su tez
la garduña entera excita a la vez.
Así mis caudales espero medrar
si salud el buen Dios decide otorgar.

Popular





La dama que vive cruzada la calle penetra el seto frontal por la puerta en arco. Aseguran que estuvo invitada a la boda del Duque de York y al bajar del cycle-car anoto su pergeño noble. La pierdo al doblar el porche pero su estela permanece en mis retinas soñolientas. Son las doce del mediodía. Aprieto el timbre y aparece Cri-cri con el desayuno y la prensa. Muerte de Valenzuela como secuela del encono Guerra-Estado. Auge de el Raisuni por el mismo motivo. Decido tomar un baño antes del desayuno. Cri-cri servil retira los bollos y el café con leche y echa un chorro de Colonia Añeja en la templada bañera. Un hombre nuevo. Iré de compras. Quizá un perfume prepare a la dama.

La noche corteja mi sombra en la altura de la glorieta. Desde aquí la diviso. A veces sólo es la silueta si se interponen los visillos. Pero en cambio dichoso la veo entera cuando se ha sentado frente a su bufete. Arranco unas gardenias y enmarco la caja primorosa de Origan d’Or Francy. Avanzo. El jardín crepita malicioso bajo mi charol. Estoy adosado a la cristalera con el corazón pegando fuerte y la vista extasiada ante mi bella. Llegó de la embajada y no parece vencida por el cansancio. Quizá negó el palique y ausente paseaba por la balaustrada norte. Pensativa pues con las perlas abandonadas entre sus líquidos dedos. Repaso el atuendo. Vestido de crespón “georgette” color gris perla guarnecido con bandas fruncidas. Golpeo el vidrio. Horrorizada se endereza y su rodilla derecha golpea el maderamen. Dolorida y agachada recula hacia el centro del cuarto. Temo que grite y entro rápido tapando su boca con la seda y ella se desmaya sobre el lecho. Estoy aquí. De pie junto a mi dama. Meditando qué voy a hacer. Decido besarla. Coloco las dalias en el búcaro y el perfume en la mesita. Me acerco. Le saco los zapatos de chapa niquelada y la extiendo longitudinal sobre la colcha. Lleva dos anillos lisos y un brazalete de asta de búfalo. También un collar en doble recorrido de perlas japonesas. Fuera abalorios. La falda es doble en las partes delantera y trasera a modo de un delantal. Juego con los rizos laterales que rozan sus orejas de naipe. Alzo su brazo derecho y contemplo la encantadora axila depilada y el origen del seno breve. No venzo la inclinación y acaricio su cuerpo a través de la generosa abertura lateral. Va desnuda debajo. Estoy enormemente excitado. Mi mano llega a un extraño lugar donde acuden los jinetes en sus correrías por la lejana Extremadura. Hojas de geranio y pinchos de rosal en ese punto que me desconcierta. Debe de estar a unas pulgadas del esternón pero no corresponde a nada de lo que conocí. Me cuesta retirar el brazo. Está trabado a ese alto nido con calor de verano. Logro desasirme y la mano roja y pegajosa me duele enormemente. Voy hacia el piano. Aparto a Paderewski. Me siento. Ante mí el teclado. Quisiera conseguir la octava. Ahora. La obtengo. El dolor cede. Me invade algo extraño. Corro hacia ella. La falda interna es tubular pero permite el paso. Suerte del abrebocas. Lo coloco dos metros arriba de las rodillas. Se forman hematomas instantáneos. Pero a mí qué me importa. Recorro holgado el túnel. Cámaras donde se me reconoce. Cámaras donde se me considera. Numerosas antesalas con los muslos flanqueando. Ahora el espacio se ha reducido tanto que no permite el paso a una persona. Doy más vueltas al abrebocas. Al máximo. Suena un grito desgarrador. Creo que cedió la tela. He llegado al fin. La tumba de Tut-Ank-Ammón. Abracadabra. 1 de enero de 1942. Todo se mueve. Gritos. Procedo rápido. Al principio la resistencia de siempre. Luego. El paraíso. No puedo estar más rato. Un gran desbarajuste a nivel de dirigentes. Forcejean entre las columnas. Golpes y palancas para soltar la traba. He de salir ya. Están consiguiéndolo. Un último estertor en la mansión cálida de mi pasión. Han extraído el abrebocas. Es cuestión de segundos. Frasco de sales. La levantan. Saco la cabeza. Me oprimen tanto que me sofocan. Paredes peludas que asfixian. Ella despierta. Lleva sus manos hacia mí. Levanta la tela. Ojos desorbitados y dolor en su rostro cuando aúlla la plebe en este crepúsculo. Me ahogo. Sus manos de hierro estiran mi cráneo. Me muero. La hermosa enseñando su sexo lascivo orlando mis restos. La rata. La rata. Y cae de nuevo. Esta vez sin vida. Y yo en su recuerdo.



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Un texto de 1970 publicado en La hora oval (1971) al que ahora, rebuscando en la biblioteca, se le descubre un antecedente: tres versos del libro Déchirures (1954) de Joyce Mansour:

Sólo una rata
Abría paso
A un sexo

[Traducción de Aldo Pellegrini en su Antología de la Poesía Surrealista (1961)]


jueves, 7 de julio de 2011

Léxico

Don Ramón Joaquín Domínguez en la cuarta edición de su Diccionario Nacional o Gran Diccionario Clásico de la Lengua Española [el más completo de los léxicos publicados hasta hoy, impreso en Madrid en dos tomos (1850 y 1851) en el Establecimiento Tipográfico de Mellado, calle de Santa Teresa número 8] da la siguiente información respecto al buitre:

BUITRE, s. m. Ornit. Ave de rapiña, indígena de nuestro suelo, de dos ó tres piés de altura, de pesado vuelo, y enteramente negra. Vive en cuadrilla con las de su especie, alimentándose de cadáveres, único cebo y repugnante pasto capaz de satisfacer sus feroces instintos.

BUITRERA, s. f. El paraje ó sitio en que los cazadores tienen armado el cebo con carne para sorprender y alucinar al buitre. = Estar ya para buitrera; fras. fam. Dícese de la bestia flaca y estenuada que está próxima á morirse, y ser alimento de buitres. = por est. fig. vulg. Estar una persona sumamente escuálida, en esqueleto, etc.

BUITRERO, A, adj. Lo perteneciente ó relativo al buitre. = s. m. El cazador de buitres, ó el que los ceba en las buitreras.

CEBO, s. m. Alimento, comida, pasto que se da á los animales para engordarlos, criarlos ó atraerlos.

CEBAR, v. A. Poner comida en algún paraje á donde se quiere atraer animales con objeto de cazarlos. [1ª acepción]

domingo, 3 de julio de 2011

Respeto e ignorancia

En ese trance final en el que el editor te entrega las pruebas para que les des el repaso definitivo se agradecen todo tipo de apoyos y no fue el menor de ellos el comentario acerca de la última parte de la novela: “nabocoviana” dijo en voz baja pero no lo suficiente para que no lo oyeran la correctora y la de los derechos de autor. Ahora, por respeto a quien va a permitir que publique en colección tan señalada, no me atrevo a incomodarle demandando más precisión, que me dijera (o que incluso diga en voz alta o semi alta) qué pasajes le parecen nabocovianos y, dentro de esta categoría, qué tipo de nabocovianidad es la que reside en ellos: me refiero a si ve reminiscencias de la noción de avance, de trayecto, de viaje, si considera enmarañado el desenlace, con ese enmarañamiento que Nabokov sabe urdir para que el lector se esfuerce algo más de lo acostumbrado, casi algo más de lo aconsejable, o, si mi pasión por las aves y el póquer tuvieran algo que ver con mariposas y ajedrez. Aunque lo que preferiría es que me tildara de nabocoviano por la inteligente construcción del dictado o incluso por el desdén con que trato la definición de los personajes. Mas nunca lo sabré.

viernes, 1 de julio de 2011

Cautivado, sorprendido y absorto

Sí, cautivado durante la primera parte de la velada por la belleza de sus senos que mostraba intermitentemente cuando el vestido caía hacia adelante hasta que le daba un tirón a la parte trasera. Fascinación que se mantuvo, así de modo entrecortado, a lo largo de las dos horas de la cena; ella situada exactamente frente a mí y aceptando que yo le mirara esa parte cada vez con menos disimulo envalentonado por la cadencia de los periodos a medida que resultaban más descompensados, a favor, en el tiempo, de los de bajada delantera del vestido.

Sí, sorprendido en la segunda parte de la velada, cuando se levantó de la mesita del pub y, con total desparpajo, al tiempo que nos decía voy yo a la barra qué queréis, giraba sobre su eje longitudinal y mostraba, me mostraba en especial a mí que estaba otra vez enfrente, y ahora a muy pocos centímetros, un espectacular culo, grande, esférico, turgente, que daba la sensación de ir a reventar los vaqueros que, por otra parte, no imaginaba de qué talla serían y, este cálculo, deformación profesional de mi trabajo de toda la vida (ahora estoy jubilado), ocupó de tal modo mi mente que no fui capaz de atender otros detalles posteriores como que sus piernas rozaran las mías, que nuestra manos chocaran sobre la mesa al coger los vasos de gintónic o, al salir nosotros los primeros, mi mujer y su marido entretenidos en quién pagaba la cuenta, cuando intentó desabrochar mi pantalón y al tener los dedos ateridos por el violento frío de la noche optó por restregar contra la portañuela sus senos y su cabeza.