domingo, 24 de junio de 2012

Colisión


Me senté al fondo. En la última fila. Nunca me colocaba ahí. Pero hoy era el día del choque. En la recta de la carretera, donde los vehículos pesados, el autobús en el que yo iba y el camión quitanieves que circulaba en sentido contrario, alcanzan la velocidad máxima. El impacto, brutal, que me lanzó contra el respaldo del asiento delantero, podría definirse, en términos acústicos, como un trueno que de inmediato enlaza con el chirriar de la cuchilla de acero especial de 400 Brinells de dureza al segar la carrocería del autobús mientras las vertederas de acero barnizado, las inmensas orejas que flanquean la proa, producen un ruido sordo al aplastar, a la manera de un acordeón, toda la estructura. Sabía que la cuchilla, los alerones, toda la cuña quitanieves, iban a quedar a milímetros de mi persona. Así fue. Luego, vino el silencio, sólo importunado por el gotear del carburante desde los restos del depósito. También sabía que ese repiqueteo no iba a durar demasiado. Así fue. Pero, esta vez, no porque acabara el sueño. La causa era otra. Llegaba el estallido.   

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Mansa chatarra
Pág. 112

jueves, 21 de junio de 2012

Sosias

Cogí el AVE en Zaragoza, el que sale a las 11:43 y llega a Madrid a las 13:10. Mi asiento era el 13D, lo que supone ventanilla, pero tuve suerte, el 13C quedó vacío y así pude cambiarme apartándome del sol que, pese a la persiana, pegaba con fuerza. El asiento 12B estaba ocupado por una mujer catalana (el tren tenía su origen en Barcelona), de unos 45 años, que no dejó de hablar ni un solo instante con la que ocupaba el asiento 12C por lo que, al quedar el pasillo en medio, permaneció sentada de lado durante todo el viaje, de cara a su interlocutora, que no volvió siquiera la cabeza. Eran psicólogas y preparaban su intervención en un simposio. La tenía pues justo enfrente y, aunque intenté no fijarme en ella, había algo que me intrigaba y que, pese a la desagradable palabrería, hizo que le fuera prestando cada vez más atención. De golpe me di cuenta. Era su parecido, su enorme parecido a una persona a la que había visto hacía poco, en concreto esta Semana Santa; me refiero a mi amigo el escritor y profesor jienense Juan Manuel Molina Damiani. Quedé ofuscado, tan grande era su semejanza y, ella, creyendo que mi interés era de otro tipo, comenzó a ensayar unas maniobras de pavoneo francamente deplorables. Se levantó un par de veces recorriendo el pasillo con toscos contoneos y, al sentarse, abrió y cerró los ojos con lentitud hasta fijarlos en los míos. Pero, pese a los coqueteos y aspavientos que, lógicamente, nunca se habían dado en Molina Damiani, su similitud me parecía cada vez más evidente. Repasé qué sabía de la familia de mi amigo y concluí que no tenía hermanas, siendo por otra parte imposible que la psicóloga fuera una hija espuria o su señora madre. Decidí no darle más importancia y me dediqué a leer un folleto sobre el vino de Cariñena pero, a los pocos minutos, la oí toser con fuerza, con esa forma característica de los grandes fumadores. La miré y vi ante mí a Juan Manuel con pechos, hablando en catalán y con la falda subida hasta mostrar generosamente los muslos. No pude más. Cogí el móvil. Busqué su número en la agenda. Constaba como Damiani. Y marqué. Fue muy rápido. En seguida empezó a sonar. Rebuscó nerviosa en el bolso. Lo agarró con fuerza. Pulsó la tecla. Y yo colgué.    

martes, 19 de junio de 2012

Gingival en Madrid











































Con el director de la editorial Menoscuarto José Ángel Zapatero.

domingo, 17 de junio de 2012

Angelita Domené

Decidió que este verano iba a dejar que la tocaran. Pensó primero en los socios del club ajedrecista, luego en los soldados del batallón “Las Torcaces” e, incluso, en los buscadores de pimientos silvestres del Carrascal de Pebredo. Pero había riesgo, no se veía capaz de controlar a esos tipos y tampoco se veía capaz de controlarse a sí misma; ¿qué efecto podrían causarle los tocamientos? Quería que la cosa no pasara de ahí; quizá el año próximo se atrevería a culminar el proceso. Propuso, entonces, a sus padres, que la apuntasen a una colonia estival, a la que organizaba el Club de Montañeros del Recio Bucardo, famosa por las acampadas en lo más agreste de las montañas. Aceptaron sus padres, era un reto para su hija, y también aceptó el jefe de los monitores, el reverendo Pastinaca, al observar las suculentas credenciales que a la niña le tremolaban con el andar poliomelítico.      

lunes, 11 de junio de 2012

Vegetalización


Estoy pensando en convertirme en árbol. Casi mejor sería decir que estoy decidido a convertirme en árbol. No es una vieja idea, es algo relativamente reciente pero que no acababa de cuajar, quizá debido a la duda de qué especie de árbol era la idónea, aunque tuviera una pequeña lista encabezada por el olmo y el aliso, sin desdeñar el arce y el fresno. Esta tarde, tras una breve pero intensa tormenta, he ido a andar por el camino de la finca Cuatro Nalgas, ese provechoso enclave y, sería por la luz o por las gotas de lluvia que aún lo bañaban, he visto claro cuál era la especie que me convenía: el fresno. Leo, al llegar a casa, que el fresno –Fraxinus angustifolia- es un árbol de tamaño medio pero que, en condiciones favorables, puede llegar a los 25 metros, su tronco es corto, grueso y de corteza gris y, sus hojas, que caen en invierno, se disponen una frente a otra y están formadas por hojuelas lanceoladas que tienen el borde aserrado y son lampiñas. Perfecto. Incluso otra cuestión que me preocupaba cuando empecé a considerar el proyecto, ha dejado de hacerlo; me refiero a si iba a tener conciencia, en mi nuevo estado, del estado anterior, en el que aún estoy. Pero, realmente, qué más da recordarlo o no, como si la vida mamífera y móvil fuera algo del otro jueves.   




domingo, 3 de junio de 2012

Mutaciones


Vi hace unos días la película de Brian de Palma Doble cuerpo (1984). Recordaba, de cuando su estreno en España, algunas secuencias, por ejemplo la inicial en la que el protagonista, actor de cine de serie B, sufre un ataque de claustrofobia interpretando a un vampiro que despierta en su ataúd y, otra, la muy larga y bien rodada persecución en el marco de unas inmensas galerías comerciales; no recordaba, en cambio, cuál era el nombre del personaje que interpreta Melanie Griffith. Como sucede a menudo, el doblaje desvirtúa muchos giros del idioma original pero, en este caso, el problema se suscita en la traducción del título y en la traducción del nombre de la protagonista. La verdad es que es muy difícil atinar en la traducción de Body Double ya que, por un lado, remite al hecho de que dos mujeres parecen una sola, en un homenaje a la doble de cuerpo que Brian de Palma necesitó en Vestida para matar y, por otro lado, a que el nombre de una de ellas sea, nada menos que, Holly Body. Ante esta dificultad, ante el inevitable paso de Body Double a Doble Cuerpo, lo recomendable hubiera sido mantener Holly Body o, en un gesto de audacia traducir la segunda parte quedando en Holly Cuerpo, pero no, la pirueta va mucho más allá, Holly Body es transformado en Holly Curvas. Mas todo esto no es más que el aperitivo, el antecedente obligatorio para situarnos ante el problema en toda su grandiosidad: desempolvé, tras esta segunda visión de la película, el librito Brian de Palma, número 27 de la Colección Directores de Cine, de Ediciones JC, publicado en Madrid en 1987 y cuyo autor es Enrique Colmena. Pues bien, en la página 145 se hace mención, por primera y única vez, al nombre que en la versión española se da al personaje de Melanie Griffith y entonces, por esas cosas del destino, el primitivo Holly Body no queda convertido en Holly Curvas sino que, debido a una minúscula mancha, a una mota de polvo oscura integrada en la poca distinguida pasta de papel con que se confeccionaron las hojas del libro, surge un acento, una tilde como gusta ahora decir, sobre la “a” de Curvas y, así como en esos sorprendentes apellidos valencianos y catalanes (caso de Rubió y Marcó, entre otros), se acuña un nuevo nombre, casi una nueva heroína: Holly Curvás.