martes, 25 de diciembre de 2012

Jornada de un visionario

Sobre el frigorífico descansa la jarra de vidur llena de agua para beber a morro. Esta mañana al llevármela a la boca he visto en su interior, reflejado en la agitada superficie líquida, el mural de Miguel Ángel del ábside de la Capilla Sixtina, pero en el estado actual, muy colorista, tras la restauración de 1980-1999.

A mediodía, al volver del campo y dejar el todoterreno en el garaje, descubro una figura de carácter antropomórfico que, de modo estático, permanece junto a la puerta del ascensor. No conozco a la persona (o a su copia) pero al recoger la propaganda de buzoneo veo que lleva en los brazos a un niño al que sí creo conocer. Salgo a la calle a tirar los papeles en el contenedor azul y, estando en ese trance, recuerdo, de golpe, a quién se parece el niño. Se parece a mí, con cuatro años, en una avenida de Barcelona. Entro de nuevo en el portal. La forma sigue. Intento arrebatarle el niño. Pero lo tiene asido. Con fuerza hercúlea. Brazos de hierro o piedra. El niño muerto. Subo a casa. Busco las fotos viejas. Y ahí está él. O quizá yo. Este que vemos.   

martes, 18 de diciembre de 2012

Bolinthos


















Posible hápax.


Aristóteles señala que “bolinthos” es la palabra meda que se aplica a una variedad de bisonte o toro salvaje (uro, Bos primigenius) que vivía en la región (Media).

Word: Bolinthos
Language: Thracian
Meaning: Wild bull, Bison
Comments: Attested through Aristotle

Palaeolexicon. Word study tool of ancient languages.

Grabado polaco del XVIII representando un ejemplar de uro.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Juto en las carreras


Una familia que elabora tartas de fondán, la familia Escó Bácula, quiere diversificar su oferta y prepara el lanzamiento de un nuevo producto, el Caramelo Calvito, blando y de intenso dulzor, que provoca, a quien lo paladea, la emisión de chillidos estridentes como si estuviera matando. Contrae matrimonio Juto con el mayor de los Bácula y, en el viaje de novios, invitan a tarta de nubes al personal encargado de engrasar el cable que tira de la liebre del Canódromo Meridiana. Allí, además, Juto y su esposo experimentan con los nuevos caramelos dándoselos a probar a los ancianos que acuden a por las heces de los galgos. Es en ese instante cuando un guía turístico habla del acto cultural, celebrado en Jaca hará unos años, en el que el presentador del conferenciante recordó la llegada, al recinto del canódromo, de un viejo camión con el acrónimo LIETRACA pintado a mano en la lona. Juan Sánchez Capipota, El lebrero, al volante, y, a su lado, su hijo Juanillo, responsable de la compra de trapos para fabricar las liebres, coinciden ese día con el veterinario en trance de vacunar, encuentro que desencadena una corriente de simpatía entre Juanillo y el hijo del veterinario, que siempre acompañaba a su padre en estas tareas. El guía turístico pretende ahora cerrar con éxito su perorata y desvela que, en el acto cultural, el presentador era el hijo del veterinario y Juanillo era el conferenciante, pero no obtiene el reconocimiento de los presentes por lo que, tras permanecer en silencio durante varios segundos, da paso a la enorme revelación: sí, el hijo del veterinario era el presentador y Juanillo el conferenciante pero... el presentador era el poeta Gran Lerín y, el conferenciante, el brillante polemista De Azúa. Noche cerrada. Juto, su esposo Néstor, algunos engrasadores, el guía cultural y los ancianos, salen juntos del canódromo. La carretera, oscura y solitaria, acoge con naturalidad los chillidos estridentes. Los ancianos matan a diestro y siniestro. Juto, rezagada por abrocharse un zapato, contempla el espectáculo. Aguarda. Es la única superviviente. Entra en la perrera. Decide dormir allí. "Los caminos se hicieron inseguros y no pudo regresar".              

sábado, 15 de diciembre de 2012

Libro de Tobías

Si veía muerto a alguno de mi linaje, arrojado junto a los muros, le daba sepultura. Si el rey mataba a alguno, yo, en secreto, lo enterraba; que en su furor mató a muchos, cuyos cadáveres buscaba luego él, y no los hallaba. Pero alguien hizo saber al rey que era yo el que los enterraba, y entonces tuve que ocultarme; y sabiendo que me buscaba para darme muerte, temeroso hui. Al volver a casa, al cabo de los meses, fue mi primogénito quien me dijo que uno de nuestro linaje yacía en la plaza estrangulado, me lancé a la calle, le tomé y le metí en una habitación hasta que se puso el sol en cuyo momento fui a cavar un hoyo en que sepultar el cadáver siendo objeto de burla por parte de mis vecinos que se preguntaban si aún no había escarmentado que ya tuve que huir por eso y ahora volvía a enterrar a los muertos. Aquella misma noche, cuando acabé de darle sepultura, aun antes de purificarme, me dormí en el atrio junto al muro, quedando con el rostro descubierto. No sabía yo que había pájaros en el muro; y teniendo los ojos abiertos, los pájaros dejaron caer en mis ojos su estiércol caliente, que me produjo en ellos unas manchas blancas que los médicos no fueron capaces de curar. Fue el ángel Rafael quien pudo batir mis cataratas con la hiel de un pez que capturó mi hijo Tobías en el río Tigris y que antes estuvo a punto de devorarle cuando se bañaba en sus aguas.

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Rembrandt. Tobías devuelve la vista a su padre Tobit en presencia del ángel Rafael. 1636.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Gingival en Turia


DE LAS CONDICIONES DEL AZAR Y LA PALABRA
Gingival, de Francisco Ferrer Lerín

Lejos de Pamema. Los comentarios que se han realizado acerca de la obra de Francisco Ferrer Lerín recurren a menudo a su leyenda para intentar explicar algunas de las características de su escritura. Esta superposición de visiones resulta casi inevitable, y hasta parece lógica, ya que pocos poetas se parecen tanto a sus poemas como Ferrer Lerín. Mi descubrimiento de su poesía fue relativamente temprano a través de la lectura de su segundo libro publicado, La hora oval (1971), en el que se reunieron poemas escritos desde 1960 a 1970. Aquella lectura me resultó fascinante porque encontraba por fin una voz y un mundo que andaba buscando en el renovado panorama de la poesía española de aquellos años. Una voz y un mundo cuya poética ilustra el poema “Tzara” (pág. 131), y que los emparentaba con el dadaísmo y el surrealismo en sus vertientes más transgresoras y subversivas. Cuando en 1980 elaboré, junto a Fanny Rubio, la antología Poesía española contemporánea (1939-1980) (1981), uno de mis empeños fue el de dar cabida a Ferrer Lerín que, según todos los indicios, se encontraba entonces desaparecido. La leyenda “Lerín” hacía tiempo que había comenzado. Pero si se observa con detenimiento el transcurrir de la poesía en estos últimos cincuenta años, tal vez nuestro autor tuvo suerte de mantenerse al margen de lo que Félix de Azúa ha dado en llamar la “pamema” de la tribu literaria y desarrollar su obra con la misma libertad, el mismo espíritu iconoclasta y el mismo desenfado con los que la comenzó alrededor de 1960, fecha de algunos de sus inéditos posteriormente recogidos en Ciudad propia. Poesía autorizada (2006). De géneros y genología(s). Pese a los años transcurridos y los cambios acontecidos en el discurso leriniano, la reciente lectura de su último libro, Gingival (2012), me retrotrae a aquel primer encuentro con La hora oval. Lerín ha tenido suerte con Fernando Valls, autor  del “Epílogo”, que constituye una magnífica guía de lectura de estas prosas que da en llamar “microrrelatos”. Es verdad que al propio Lerín le ha gustado tal denominación, pero conviene tener en cuenta que los microrrelatos ya están presentes desde sus comienzos como escritor, al menos desde La hora hoval, y atraviesan con diversas variantes toda su obra. Como se ha afirmado en repetidas ocasiones, la adscripción genológica de no pocos de sus escritos resulta al menos problemática, de forma que Lerín ha sido considerado un “posmoderno” avant la lettre de la misma manera que fue considerado “pionero y fundador” del “ala extrema de la escritura novísima”. Y es que su escritura no puede ser adscrita, sin más, a ninguno de estos marbetes. Su propuesta literaria, en relación a las clasificaciones convencionales de modos, géneros y subgéneros narrativos, tampoco parece adecuarse plenamente. En otras palabras: su discurso pone de relieve las carencias y la condición histórica de cualquier clasificación literaria al mismo tiempo que subraya la ficcionalidad inscrita en todo discurso. Algunos de estos microrrelatos, como “Situación” (pág. 14) o “Nexus” (p. 21), pueden ser considerados poemas narrativos en prosa y los poemas narrativos en prosa microrrelatos que, sólo en algunas ocasiones, se diferenciarían de los primeros por su mayor apego al ritmo endecasilábico que históricamente ha dominado el panorama de la poesía española del siglo pasado y comienzos de éste provocando una monotonía y un cansancio inconcebibles en otras tradiciones literarias. En definitiva: la escritura de Lerín se desliza entre fronteras y territorios poco transitados, y tan pronto se encuentra en un lugar como en otro. Lerín es de los pocos autores que mantiene aquel espíritu provocador y epatante de los sesenta y comienzos de los setenta –del que el “culturalismo” fue, por cierto, una de sus claves, casi siempre mal interpretada- con la naturalidad del escritor marcado por su singularidad; singularidad tangible en su literatura a través de un distanciamiento del que surge su mejor humor, ése que en ocasiones encubre otra mirada de mayor gravedad presente en no pocos de sus textos. Una ciudad propia: la escritura. Sabemos que Gingival es “un volumen heterodoxo cuyas entradas proceden de un blog”. Sin embargo da la impresión de que Ferrer Lerín se ha sentido libre también en estas circunstancias. La superposición de lo real y lo ficticio, de lo autobiográfico y lo imaginario, de la bibliofilia y la anécdota, etc., ha ocupado también un lugar importante en su obra. En realidad de lo que nos habla Lerín en múltiples ocasiones es de la escritura, o al menos de su escritura, aunque también de sus vivencias y de su inagotable curiosidad en relación al mundo que le rodea. Nuestro autor ha sabido ir construyendo con todo ello una “ciudad propia”, simbólica,  que se sabe hecha de palabras. Palabras que se sustentan en un ritmo y en una dinámica discursiva que en Gingival alcanzan su expresión más concisa mediante una vasta competencia lingüística utilizada con precisión y eficacia, y una sintaxis de periodos cortos, generalmente sincopada. Asociación de historias. De los espacios y motivos por los que transcurre Gingival ya se ha ocupado Fernado Valls en su epílogo. Sin embargo, como acabo de señalar, otro de los motivos de no menor importancia en Gingival es el de la escritura, el de la actitud del narrador hacia lo narrado, actitud que revela las huellas de su autor y su concepción de lo literario. Si la vida ha ido ganando terreno a la literatura en la obra leriniana, la creación literaria se ha mantenido como motivo recurrente en cada una de una de sus fases. No podía ser de otra manera en un escritor tan consciente de su oficio y de las máscaras que el lenguaje le ha ido proporcionando. Lerín no duda a la hora de revelar su manera de proceder durante el desarrollo de su escritura. Así en “El ruiseñor” (págs.17-19) o en “Nexus” (pág. 21), donde la misma dispositio subraya la asociación de historias, con un motivo en común, que se yuxtaponen conformando la totalidad del relato. El azar, la casualidad, la coincidencia se postulan en ocasiones como origen y justificación de la peculiar disposición de fragmentos de diversa e insospechada procedencia que constituyen el discurso como totalidad. Pero el azar y la casualidad funcionan también en Gingival como una especie de simulacro irónico, si bien solo hasta cierto punto y en cierta medida. Sin embargo se mantienen los asertos fundamentales de aquel poema, “Tzara” de La hora oval: Luchar contra el anquilosamiento de las palabras (…) sacudir la estructura del poema/ despertarlo/(…)/ darle libertad para que se manifieste (…)/ cambiar la decoración de los muebles del salón todos los días/ (…)/ madurar la idea sobre la posibilidad lingüística/ conocer el léxico tanto que huelga la estrechez de la gramática/ las frases nacen limpias… (págs. 131-132). Aquella propuesta permanece en su discurso. Un discurso que en cada uno de los momentos de su trayectoria literaria ha removido y alterado los paradigmas literarios por los que ha transcurrido la mayor parte de la literatura española de los últimos cincuenta años. Y este es el sentido de la clave y el regreso al poema “Tzara”. Casualidad, azar, sincronicidad. Lejos ya de la escritura automática como plasmación de aquel “ruido en la cabeza” que Ferrer Lerín afirma haber amortiguado con la escritura de sus primeros libros, el autor, como se ha dicho, se reencuentra con la asociación de historias como cifra de algunos de sus relatos posteriores. Pero algo se mantiene como condición de su escritura: una puerta abierta al azar y una especie de “sincronicidad” en el sentido jungiano (“Parábola del fumador empedernido y el ornitólogo de campo”, págs. 74-75). En cualquier caso, los presentimientos, los sueños y la memoria desempeñan un papel tan relevante que sin ellos el hallazgo lingüístico (“conocer el léxico tanto que huelga la estrechez de la gramática”) adquiriría una dimensión totalmente distinta. El autor da la impresión de que ha mantenido la importancia del ritmo como otro de los motores de su escritura. La minuciosa estructura rítmica de Gingival así lo confirma. Y su precisión léxica encuentra el lugar idóneo en ese ritmo de periodos cortos donde las “frases nacen limpias”. Se trata de un  minucioso trabajo fraseológico que permite descomponer las frases en unidades menores, las mínimas, las más económicas pero también las más eficaces en la situación expresiva y comunicativa de la que provienen estos microrrelatos. Y sin embargo también esta característica estaba ya en su obra. Muestra de ello puede encontrarse en El Bestiario de Ferrer Lerín (2007) y en Fámulo (2009), aunque reconozcamos el mundo de Gingival más cercano quizás al de Papur (2008), con sus “Bibliofilias” y “Series”, sin olvidar “Die Rabe y dos breves guiones”, esa última parte de no menor relevancia –también en relación con Gingival- que cierra el libro. La otra mirada: la muerte. El humor y la ironía también están presentes en Gingival. Humor e ironía perfectamente engarzados en su escritura a lo que más arriba adelanté: esa otra mirada grave que subyace en no pocos de sus textos. Lo que ocurre es que esa mirada se nos presenta a menudo amortiguada bajo otros registros que le sirven también de contrapunto. En el magnífico microrrelato o poema en prosa o simplemente -es decir, complejamente- texto que cierra el libro, “La vida” (pág. 228), encontramos uno de esos motivos: la muerte. Aunque esta vez se presenta sin concesiones, despojada de todo ocultamiento. Se trata de la escenificación, mediante una prolepsis, de un presentimiento o una ensoñación, o tal vez ambas cosas al mismo tiempo: la agonía del personaje Ferrer Lerín.  El valor simbólico de los hápax. Se diría que la búsqueda de los “hápax”, a los que Lerín dedica sus relatos “Predador” (pág. 40) y “Otro hápax” (pág. 185) , constituye también la metáfora de otras pesquisas frecuentes en su obra: la de los hechos singulares. Igual que el narrador deja notarialmente constancia de sus hallazgos de los hápax a modo de legado, registra también la singularidad de ciertos acontecimientos reales o imaginarios, como ocurre en “Los sin hombros”(pág. 76) y “Raro fenómeno”(pág. 156). Se podría afirmar que los hápax representan también un ideal poético: el del texto original y único, irrepetible, pese a que Lerín sea consciente del tal imposibilidad. Esa imposibilidad que irónicamente se plasma en su escritura plagada de referencias y citas. Y es que  la literatura constituye un desafío en la tradición de la modernidad de la que partió el primer Lerín: el desafío de la originalidad motivado por una permanente transgresión literaria. Sin embargo, y ya a estas alturas, da la impresión de que las transgresiones le importan mucho menos a Lerín que el ir ampliando su “ciudad propia”, su mundo simbólico, al tiempo que consigna las diversas dimensiones y aspectos de su existencia. En su conjunto, su obra constituye también una autobiografía y una crónica. En este sentido, no resulta casual su faceta relativamente reciente de novelista: Níquel (2005) y Familias como la mía (2011). En ambas Lerín recrea su propia leyenda. Lo que en esa leyenda pueda haber de real o ficticio importa poco a la hora de juzgar su obra. Su bibliofilia, su pasión por las palabras, su rapacidad literaria… se transmutan en territorio literario. Y de nuevo… la casualidad, sin duda la casualidad, hace que se encadenen de modo endiablado determinadas circunstancias… (“Casualidades”, págs. 216-217). 

 Artículo de José Luis Falcó Gens publicado en el nº 104 de la revista "Turia". Noviembre 2012.


martes, 4 de diciembre de 2012

Juan Pérez 'El Muerto'


Para evitar los insultos que se cometían en Sierra Morena, al abrigo de las espesuras de maleza, desde los tiempos de los famosos salteadores de caminos Caracotta y Materno (siglo primero de nuestra era), fueron surgiendo, a lo largo de la historia, diversas partidas de voluntarios fuertes y de arreglado comportamiento con el fin de ayudar a los soldados y carabineros que, a menudo, eran incapaces de solventar el problema. Entre los escopeteros reclutados para formar dichas partidas destacó Juan Pérez ‘El Muerto’ quien en compañía de Cristóbal Manchón ‘El Menguizo’ acosó al sanguinario forajido Lucas Ramos ‘El Ciervo’ hasta el domicilio de este en la calle Manga de Gabán de la localidad cordobesa de Palma del Río donde fue preso.

Dos testimonios del celo de Juan Pérez ‘El Muerto en el desarrollo de la tarea confiscatoria y del buen hacer en la escritura son estos dos documentos redactados de su puño y letra que transcribimos en parte: 

“Joaquín Pulpillo, carabinero de una partida de caballería que escoltaba una conducta desde Cádiz a Madrid, intentó robar uno de los 39 cajones cargados de monedas en la venta de El Rumblar el 8 de abril de 1797. Al despertar sospechas por su irregular conducta el carabinero fue detenido y desposeído de su impedimenta que se componía de capa, casaca, sombrero, escarapela, caballo, silla, brida, botines, manta, cabezón, saco, trastes, espada, cinturón, pistola, juego de hebillas, cartuchera, bandolera y morral.”

“El sábado 13 de diciembre de 1806, en la encomienda de Navas de la Condesa, rindieron armas tres malhechores dos de los cuales fueron entregados al Maestro de Postas de Santa Elena para su escarmiento y del tercero al negarse a dar su gracia hubo que dar, en su encarcelamiento,  descripción firmada y que decía que el ladrón era de unos 35 años, su estatura como de dos varas, color trigueño, con patillas medianas, pañuelo encarnado en la cabeza, montera de paño pardo con bastante alama, chaqueta y calzones también de paño pardo, botines negros e iba sobre un caballo castaño oscuro de la marca, con dos escopetas.”

    
       

sábado, 1 de diciembre de 2012

Juto

 
Una historia anémica en intriga cuyo sujeto pudiera ser:

1-     Abiego, nombre de una población oscense que quizá no se corresponda en urbanismo y empaque con la aquí descrita.
2-     La dificultad para salir de un enclave cuyo acceso ha sido fácil.
3-     La pasajera Juto.

1. Abiego es una ciudad lineal, construida de foma sólida a lo largo de una amplia calle algo sinuosa. Jalonada por suntuosos edificios, la mayoría en ruina, entre los que destaca un elevado número de grandes teatros, no goza del favor de las gentes o al menos son muy pocas las personas humanas que recorren la avenida. En el bar de la bolera me aborda un caballero endomingado que pregunta, sin excesivo entusiasmo, por el motivo de mi visita a la localidad y yo respondo, casi justificándome, que después de más de cuarenta años viajando por la carretera general es lógico desviarse algún día para ver qué es Abiego.

2. Un primer intento de salida resulta infructuoso; he creído que la avenida iba a rodear el casco urbano para llevarme a la autopista pero no es así; la avenida acaba de golpe, enfrentada a unos roquedos rojizos coronados por olivos. Doy la vuelta y me dirijo a su otro extremo con el convencimiento de que por allí había entrado, pero tampoco acierto: la avenida se estrecha cuando deja de estar flanqueada por casas hasta convertirse en un camino carretero de gran pendiente que se precipita en una zona oscura de árboles enanos. Retroceder marcha atrás me agota pero al fin alcanzo la parte civilizada de la vía y, aprovechando su gran anchura, doy de nuevo la vuelta hasta encontrar, gracias a una breve calle perpendicular, el empalme con la rotonda. Allí, rozo con el guardabarros delantero derecho la parte trasera de un camión de reparto de inválidos, que no se detiene, y quedo preocupado por si el seguro cubrirá los desperfectos de mi coche.

3. Me besa Juto en la mejilla para tranquilizarme por el percance automovilístico, al tiempo que reparo en sus pantalones cortos muy ceñidos que resaltan sus piernas rosadas nacidas de unos botines de goma recauchutada negra. Amo a Juto en ese instante, aunque ignoro qué relación es la nuestra.