miércoles, 20 de marzo de 2013

Hombre polilla

 
Policiaca

Aparece en zona serrana el llamado hombre polilla

El Mexicano

2 de abril de 2009


Jesús Manuel Ruiz Sánchez / El Heraldo de Chihuahua

Chihuahua , Chihuahua.-"Es enorme, sus dos alas abiertas están casi de lo ancho de los dos carriles de la carretera, tiene pelo en la cara, ojos grandes y tiene una especie de bulto a la altura de la frente, parece humano, pero como que no tiene cuello, no se parece en nada a un murciélago", relató en exclusiva para El Heraldo de Chihuahua Humberto Erivez Cera.
El joven, de 23 años de edad, tuvo el encuentro con el humanoide volador el 6 de marzo en el seccional de La Junta, Guerrero, a la altura de "El Puente sin Nombre", justo a un costado de las huertas manzaneras de "La Norteñita", donde el animal volador lo persiguió por más de 12 kilómetros sin atacarlo, "sólo me volteaba a ver y me intentaba adelantar", explicó.
Continuó narrando que él se dirigía rumbo a su casa, y que fue a la altura del kilometro 131 de la carretera Cuauhtémoc-La Junta cuando se percató de que algo estaba en el pavimento; explicó que parecía un hombre muy grande, con algo en la espalda, como si fuera una mochila, pero que luego dio dos pasos y lo iba siguiendo.
"Primero escuché como aleteos, pero muy fuertes, los escuché detrás de la camioneta, por lo que comencé a ver por el espejo retrovisor, fue cuando vi que esta cosa me iba siguiendo y al ver que había notado su presencia voló como rumbo a las huertas y luego regresó rápidamente y se me emparejó, justo a un lado de mí, iba volando si mucho a dos metros de la camioneta", indicó.
El joven comenzó a temblar frente a los reporteros, pero continuó relatando que su reacción inmediata fue comenzar a gritarle palabras altisonantes para que se alejara y acelerar a fondo a la camioneta.
"Fue cuando le llamé a mi mamá y le dije que pensaba que ya me iba a morir porque la muerte me iba siguiendo, y me comencé a desesperar porque por mucho que le aceleraba el animal se me emparejaba, era muy rápido".
Indicó que incluso tuvo problemas para ver, porque por el miedo y la desesperación sus ojos se le llenaron de lágrimas, porque pensaba que sería atacado.
"Afortunadamente sólo me volteaba a ver, me fijé mucho en sus ojos porque no los quitaba de mí, y como que se me quería meter delante de la camioneta, como que le atraía la luz", indicó.
Luego de esto señaló que de pronto se alejó, por lo que aceleró a fondo a la camioneta para llegar a su casa, donde ya lo esperaban despiertos sus padres a quienes les narró su odisea.
Concluyó solicitando a las autoridades que tomen en cuenta lo que está pasando en la zona, ya que, dijo, por las dimensiones que tiene el humanoide fácilmente se podría llevar a un niño pequeño o agredir a alguna persona.

 
Características del Humanoide Volador:

-Altura más de 2 metros y medio
-Color, café opaco 
-Tiene pelo en todo el cuerpo, incluso en el rostro 
-Tiene dos pares de alas, dos pequeñas y 
dos grandes, que son las que utiliza para volar
-Las alas están cubiertas o de plumas o de pelambre también café
-Tiene una protuberancia muy grande a la altura de la frente.
-Tiene dos brazos y dos piernas como los de un hombre
-Sus ojos son muy grandes, de forma redonda en la parte interna y afilados en la externa.

lunes, 18 de marzo de 2013

Iconografía 9
































"La bella Judalón, nativa predilecta.
Y el caballero François de Capestang,
leal a la Corona."

(Hiela sangre. Pág. 83)


sábado, 16 de marzo de 2013

E.G. Marshall


Hablaba con E.G. Marshall. En un lugar recogido. En un recodo de una plaza grande de capital de provincia. Estábamos solos y nuestro trato, y los gestos, no arrojaban luz sobre el grado de amistad, quizá reciente. Luego, mientras avanzábamos por un amplio camino, comprobé que E.G. Marshall pertenecía a esa aristocracia rural que se asoma a la ciudad pero que siempre regresa al campo. Un médico, sin duda, hombre de baja estatura, frente inclinada, prognato, trajeado en gris, camisa blanca abotonada hasta arriba y corbata guardada en un bolsillo interno. El camino cruzaba un páramo inmenso en el que un río había excavado la tierra rojiza. Quise detenerme, en varias ocasiones, para contemplar el sobrecogedor paisaje pero Marshall lo impedía, me daba conversación, no quería que me diera cuenta de qué lugar era este, de su devastación y su silencio. Llegamos a un punto en que un talud coronado por encinas anunciaba un cambio. Un cambio no sólo en el terreno sino en la actitud de Marshall al decir “entramos en la finca” y en la súbita aparición de un par de individuos que habrían bajado por el talud y se les veía dipuestos a proteger nuestras espaldas ante eventuales desafueros. La sala estaba en penumbra, el techo altísimo, quizá hubiera muebles pero resultaban indistinguibles de los pintados en los muros. Una mujer, que podría ser el propio E.G. Marshall, musitaba algo referido a un ángulo de la estancia, en concreto a un trapo blanco, un pedazo de sábana, que arrugado y tirado en el suelo, era la boca de un túnel por el que entraban y salían gran cantidad de hormigas argentinas, no en una o dos hileras sino formando una columna de un palmo de ancho. En la mesa camilla se sentó a mi derecha la mujer de E.G. Marshall y, a mi izquierda, su hija. Me esperaban. También, se acercaron los dos individuos, uno de gran parecido a Marshall, a su mujer y a su hija, que me saludó con un “orina infectada” sin especificar si ese era su nombre o la enfermedad que le acosaba, y otro, de aspecto totalmente distinto, barbero fumador y cazador, que me habló en esa horrible lengua que debía de ser la habitual del vulgo en esas tierras y que aún, en aquellos años, se mantenía en un plano secundario aunque algunos, como este engendro, ya la situaran en el plano principal. Irrumpió E.G. Marshall con un plato de arroz con gallina, una especialidad local de la que se sentiría muy orgulloso y que había preparado durante este rato; no se veía servicio. La penumbra no progresó pero las figuras se diluyeron. Quizá la mujer de Marshall mantuvo su presencia durante más tiempo. Pero al final esas personas, los magros muebles, los murales y hasta el trapo arrugado dejaron de verse. Regresaba al pueblo cansado andando por el amplio camino y me detuve en un par de ocasiones buscando la silueta del inmenso edificio. Pero no supe encontrarla. Era noche cerrada cuando abrí la puerta de casa. Y allí nadie me esperaba.      

martes, 5 de marzo de 2013

Reducción del espacio



El ornitólogo azul empezó su vida profesional recorriendo grandes territorios 
y acabó ensimismado en la contemplación de un roble al que a veces acudían 
torcaces y arrendajos.