sábado, 15 de junio de 2013

Brillo

Reconozco que se me fue la mano con el abrillantador de zapatos pero los mocasines nuevos color burdeos se lo merecían. Me esperaban en el vestíbulo del hotel y el delegado del gobierno se adelantó para abrazarme al tiempo que profería un estentóreo “¡qué zapatos tan brillantes!”. Me fue presentando y, cada pocos minutos, como para recordarlo o para que yo lo recordara, seguía con la cantinela “¡qué zapatos tan brillantes!”, circunstancia que llevó a los concejales, e incluso al alcalde, cuando íbamos hacia el salón de conferencias, a no dejar de mirar mis zapatos que, la verdad, brillaban con insospechado fulgor. Para mi desgracia, a los miembros del foro nos sentaron, en el estrado, sin la protección de una mesa, por lo que el intenso lustre quedó expuesto de modo inmisericorde a la voracidad de los ojos de la cruel audiencia. Luego, al entrar en el comedor, y después en la sala de los espejos, el delegado no dejó de pronunciar la frasecita. Salíamos a la calle, a esperar que los coches nos recogieran para ir a la ópera, cuando vi al delegado del gobierno avanzar hacia mí, sonriente, casi carcajeante, y, antes de que abriera la boca, le clavé en la carótida el bolígrafo regalo. Al abrir la zanja para echar el cadáver me ensucié los mocasines con el polvo de la rastrojera; el brillo mutó a mate. 

5 comentarios:

Darío dijo...

Mutò a mate. Ahì reside el brillo. Un abrazo, Maeatro.

Anónimo dijo...

Brillante relato

Sr. Tarraque dijo...

Se lo ganó a pulso ese risueño bocazas. A ver quién es el valiente que repite ahora la frasecita. Puedes quemar mi casa, robarme el coche, beberte mi licor incluso, pero si te burlas del brillo de mis nuevos mocasines color burdeos te incrustaré en la carótida un buen regalo bolígrafo.

Francesc Cornadó dijo...

El bolígrafo, aunque sea de regalo, es extraordináriamente eficaz.
Un abrazo
Francesc Cornadó

Catalina dijo...

Qué gran relato. Me maravilla su sentido del humor.