lunes, 10 de junio de 2013

Dos encuentros


Venían pegados a la fachada norte del convento de las Benitas. Caminaban ligeros, agarrados del brazo y con el semblante algo agarrotado por el frío. Los reconocí en seguida. Él, Joaquín Marcona del Rosario, recientemente fallecido, ella, su fiel mujer, de la que desconocía el nombre. No me sorprendió ver a Marcona por ese lugar, sabía que ese tramo de la calle Mayor era su territorio habitual de campeo, y tampoco la forma de caminar, pegado a las fachadas y del brazo de su fiel mujer. Pasaron sin saludarme, pero lo achaqué al agarrotamiento de sus semblantes; es más, cuando me monté en el todoterreno, al encararme con el retrovisor, vi también el mío agarrotado. Iba a la finca Larbesa, llovía, y, al parar en la curva de los chopos muertos, descubrí cómo avanzaba, en un vuelo planeado dificultoso, un ejemplar de milano real que, pese a estar empapado, lograba alcanzar una rama del mayor de los árboles, rama tan delgada que se dobló al posarse. Supuse que era una de las momias de aquel espantoso ensueño.    


6 comentarios:

Sr. Tarraque dijo...

El siamés neutralizado se ha vuelto travieso.

Anónimo dijo...

Magistral.

Murmura dijo...

Sobrecogedor. ¡Cómo me gustaría que se alargase la historia!

Perpetuum dijo...

La conexión con el “espantoso sueño” hace que me pregunte si en él había también un anticipo del posterior “dos encuentros”, alguna conexión que haya pasado desapercibida, relacionada quizá con el hospital de Huesca y la inteligencia que yerguen los moribundos. ¿Cómo y dónde murió Marcona?

Anónima dijo...

A veces cuando leo sus escritos siento como si me invadiera el frío.

Istefel dijo...

La región del encuentro, el único lugar de confluencia de los muertos con los vivos.En la escritura. Desde remotas imágenes. Desde lo indescriptible a lo narrable. Desde lo confuso a lo nítido. Desde el milano a la clarividencia. Desde la oscuridad a la luz.
Un desprendimiento desde morrenas irreales sepulta al narrador y el lector no es capaz de encontrar entre cascotes el cadáver de su alma, ya ocupada en la redacción de nuevo informe.
Y cuando la redoma alcanza la orilla, el náufrago firma otro mensaje y lanza lejos la botella.