martes, 15 de septiembre de 2015

Diabolus in musica














































Hay una secuencia en el filme “Por siempre hablan” en la que la heroína del relato, la niña de cuatro años Maricarmen Monteagudo, avanza hacia el escenario llevando en brazos un enorme ramo de flores blancas. El público, puesto en pie, prorrumpe en una atronadora ovación que, según algunos observadores, va dirigida a la niña más que a su padre, el gran acordeonista Julián Monteagudo. Sube Maricarmen al escenario, entrega el ramo a su padre, se besan, y al dar Maricarmen la vuelta para recibir los plausos del público, la cámara, en un primer plano, descubre que la cara de Maricarmen no corresponde a la de una niña sino a la de un conejo gigante. La tensión se dispara. El público huye despavorido taponando las salidas de emergencia y obligando a reaccionar, casi violentamente, a Julián Monteagudo, que agarra el acordeón e intenta lo más difícil: conseguir un tritono perfecto, un salto interválico de tres tonos enteros o de cuarta aumentada (Prototipo: Fa-Si),
convocar, en suma, al mismísimo diablo para que devuelva a Maricarmen su hermoso rostro; lo que en el medievo se denominaba diabolus in musica. Pero no lo logra, cualquier instrumento afinado puede hacerlo pero este se ha mojado con el llanto de la niña desesperada. Julián decide soplar, y sopla y sopla, y ya casi desfallecido logra secar el acordeón. Lo prueba de nuevo. Y esta vez lo consigue. Convoca al diablo, que pese a llamarse Húmedo, arregla rápido el estropicio, arranca con sus dientes y labios la fea piel conejil de la cara de la niña y esta vuelve a lucir como si fuera recién nacida. Carmen y Húmedo contraerán matrimonio.       

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Carmen Monteagudo Sánchez
30 niñas, Valencia, Leteradura, 2014    

viernes, 11 de septiembre de 2015

Sardañola















































Sardañola es una población, de la provincia de Barcelona, abundantemente citada en el texto hagiográfico Familias como la mía. Aquí van tres pasajes:


"La noche fue intensa. Un conato de pelea en la barra del Tokio -un tugurio que combinaba pista de baile y sala de billar- se saldó con rasguños y contusiones en las manos y cara de Toni Mascaró, amigo de la infancia, de cuando los veraneos en Sardañola." (Página 12)

"El Sevillano era un Fiat 1.100 de morro alto, de color negro, matrícula pues de Sevilla, con el que Toñín, las dos francesas y yo partimos aquella noche, desde Sardañola, hacia Las Ramblas de Barcelona." (Página 17)

"Ripollet era el pueblo contiguo a Sardañola pero tenía, ya entonces (1950/1957), carácter fabril. Sardañola, en cambio, fue lugar de veraneo de la alta burguesía barcelonesa (igual que Camprodón) en los años veinte y treinta. Después de la guerra fue bajando paulatinamente de nivel, hasta que a mediados de los sesenta quedó relegado a ciudad dormitorio. Un contingente residual de veraneantes se mantuvo hasta la siguiente década; gentes de extracción pequeño burguesa que ocupaban estacionalmente las grandes casas, pero sus dueños, poco a poco, se deshicieron de ellas siendo derribadas y vendidas a precio de solar o convertidas en colegios y  residencias." (Página 253)                    




miércoles, 9 de septiembre de 2015

Arancha quizá














Arancha es una niña limonera; limonera porque goza de gran viveza en la expresión facial y porque sus pupilas son de color amarillo. De todas mis amiguitas es con la que tengo más puntos de coincidencia y con la que quiero pasar los últimos años de mi vida. Surgida en los albores de la revolución turística del pirineo aragonés, ha mantenido intactos los caracteres infantiles primarios y secundarios, hasta el punto de que a menudo es confundida con un caracol o, al menos, con una fila de ellos. Las pasadas Navidades la entrevisté, en compañía de Olguita Lucas, en Casa Fau, centro neurálgico de la ciudad de Jaca y que, a menudo, hace las veces de oficina. Dimos un repaso a la actualidad regional, nos entretuvimos en la descripción de algunos detalles del atrio oeste de la seo pero, fundamentalmente, hablamos de las carreras de caracoles. Arancha organizaba, siendo muy pequeña, con sus dos hermanas, unas famosas carreras de caracoles en la galería de su casa colocando lechuga en un extremo para atraerlos. Luego, ya con cinco años, perfeccionó el juego colocando la lechuga sobre las rodillas de mamá y papá, sentados. Los caracoles trepaban desde el suelo por las pantorrillas, y fue entonces cuando Arancha descubrió que papá y mamá, al sentarse con las piernas cruzadas, no mantenían la misma distancia en la separación del inicio de los muslos. Un descubrimiento que estuvo a punto de hacerle perder la inocencia y desbaratar por lo tanto nuestra amistad. Arancha, en esta entrevista, vestía blusa holgada dinamitera y leggins de payasito coronados por falda-pantalón geotextil color tanqueta. Tomó una doble de requesón y algunas galletas de pastahojaldre. Tengo mis dudas de que la persona entrevistada en Casa Fau, en compañía de Olga Lucas, fuera Arantxa Gómez Sancho.

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Arantxa Gómez Sancho
30 niñas, Valencia, Leteradura, 2014

sábado, 5 de septiembre de 2015

Amarita descubre la pintura














































Espiaba a mi padre. Yo tendría dos años y se me había prohibido visitar ese cuarto. ¿Qué habría en él? Veía a mi padre entrar por la mañana y no salir hasta la hora de comer, y luego, por la tarde, también se encerraba. Hablé con Picorcio el cerrajero. A cambio de unas excretas de paloma, así abonaba él la marihuana, hizo copia de la llave. De noche entré. El olor era muy fuerte y el desbarajuste total. Encendí la linterna. Sobre unos palos había una tela de colores. Otras telas por el suelo apoyadas en las paredes. Y en una mesa muy grande cantidad de cachivaches que parecían pegajosos. Salí. Casi mareada. Debía, a partir de ahora, dar nombre a todo aquello. Aquello que en el resto de la casa no existía y que mi padre manipulaba y almacenaba. Decidí llamar “cenerdo” al penetrante olor. Al desbarajuste, “quecho”. A los palos, “lifos”. A las telas de colores, “letas”. A los cachivaches, “cinos”. Y a lo que hacía mi padre allá encerrado, “mepo”; prefería un sustantivo, aún no conjugaba bien.  

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Amara Montoya Doblas
30 niñas, Valencia, Leteradura, 2014